martes, 5 de agosto de 2008

Otro lo sabrá valorar

La brisa fresca entraba por el balcón de la alcoba, abierto de par en par.
Entre el movimiento descompasado de las semitransparentes cortinas, se vislumbraba la luna, grande y redonda, como un queso al que hincarle los dientes.
Ella, sola en el balcón, desnuda pero vestida por la luz de esa luna, la observaba, parecía tan accesible y tan lejana a la vez... ¿Qué secretos guardará?
Se balanceaba suavemente, como poseida por una melodía dulce y cálida. Hacía calor, mucho calor, asfixiante, y esa brisa no era suficiente, necesitaba apagar ese calor ardiente que le subía desde las entrañas y quemaba su bajo vientre.
Recuerdos..., sí, recuerdos, pero qué buenos.
Su aliento en su nuca, que la erizaba como si de un animal salvaje se tratara, su boca deslizándose lentamente, como queriendo parar el tiempo, por su espalda, mientras sus manos jugaban con el resto del cuerpo.
Juegos de saliva, besos y sudor revividos una y otra vez hasta la saciedad, hasta la extenuación.
Siguió pensando en él, en esos momentos, en esa luna cómplice.
No, él no se fué, volverá, seguro.
Qué más da, pensó, si no vuelve, se perderá esta magnífica luna y a esta hembra plena que le recuerda, sí, le recuerda, pero que ya no desespera sin su ausencia... otro lo sabrá valorar.
La brisa empezó a soplar más fuerte... el calor empezó a remitir y ella siguió su particular danza con la única compañía de esa luna plateada... un día no lejano... otro lo sabrá valorar.

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