Palabras esculpidas con etéreo cincel
esbozadas en iluminadas noches en la sien
de aquel con el bello don de querer.
Trémulas carnes que recorren las calles,
entre sordos gritos y sonidos que no aguardan
a que sean traídos por el mudo trovador
que los moldea y los acopla
para que en su bello canto
los disfrutemos desde la gélida palidez
que es la ignorancia supina
de no entender que las palabras,
esos verbos perfectos en su imperfección
son la profunda huella que permanece perenne
en nuestras breves y caducas vidas.
esbozadas en iluminadas noches en la sien
de aquel con el bello don de querer.
Trémulas carnes que recorren las calles,
entre sordos gritos y sonidos que no aguardan
a que sean traídos por el mudo trovador
que los moldea y los acopla
para que en su bello canto
los disfrutemos desde la gélida palidez
que es la ignorancia supina
de no entender que las palabras,
esos verbos perfectos en su imperfección
son la profunda huella que permanece perenne
en nuestras breves y caducas vidas.
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